“Básicamente, somos formadores de personas”
Maestra de educadores, Estela Quiroga (58) es protagonista de cuatro décadas de la enseñanza pública. Una mirada integradora que amplía el concepto del aprendizaje.
«Si tengo que definirme con una sola palabra, sin dudarlo elegiría la palabra docente”, sentencia Estela Quiroga. Licenciada y profesora en Letras y formadora docente, que apuesta a cambiar la tiza por el mouse desde un blog, que en diciembre ganó el Primer Premio a la Divulgación de Contenidos Educativos en un concurso organizado por la Universidad de Buenos Aires.
Su historia personal está signada por una marca grabada en el ADN familiar: “Mi madre, quien también era maestra, solía contarme con una emoción que casi se podía tocar que cada vez que subía las escaleras del Normal 9 se sentía como Sissi, la emperatriz. Yo trabajo en ese Normal y no hay un solo día que no suba esas empinadísimas escaleras sin imaginarme a mi madre trepando con agilidad los escalones con su sonrisa permanente y su guardapolvo impecable”, relata.
Pero los tiempos cambiaron. ¡Y cómo! El palacio perdió el encanto: la Escuela Normal Superior Nº 9 de Callao al 450, en la Ciudad de Buenos Aires, se fue deteriorando. El mantenimiento se realizó con “materiales totalmente inapropiados -describe-. En una oportunidad hubo que desalojar a los estudiantes porque se cayó una parte de la mampostería de los techos desvencijados. Hay enormes carteles que aseguran que las refacciones responden a una ‘puesta en valor’, pero en lugar de puerta, en un sector colocaron una cortina realizada con tiras de plástico, al punto que algunos estudiantes lo llaman ‘la carnicería’… La arquitectura tiene voz propia”, sonríe esta docente y formadora de docentes, que con sus 70 horas semanales de clase es testigo de cuarenta años de educación pública.
“Antes de la reforma educativa de 1994 las escuelas eran nacionales y había otra protección desde el Estado. Ese es un punto de quiebre de la educación, el inicio de un deterioro por el que hoy algunos docentes tienen que elegir entre comer y pagar el alquiler, porque ganan alrededor de 3.000 pesos. El imaginario social piensa que la doble jornada del maestro se paga el doble, pero no es así. Tampoco los profesores duplican sus ingresos multiplicando sus horas de clase, ya que las primeras 34 horas cátedra se pagan una cifra pero las subsiguientes se cobran 40% menos. Y ningún docente piensa en trabajar a media máquina cuando se reducen sus honorarios”, explica Estela.
Transmitir entusiasmo
“Lo que un educador no puede perder nunca de vista es su entusiasmo, que después de todo es lo único que se transmite… Los conocimientos se construyen pero si no hay pasión, si no hay entrega, entonces no tenemos nada. Hay gestos, miradas, palabras que son fundamentales, que nos van definiendo, que nos transforman”, comenta convencida de la trascendencia del rol que cumplen los docentes.
“Cada año, cuando tengo enfrente a un grupo de jóvenes que aspiran a la docencia, los felicito. Porque ser docente tiene que ver con darse a los otros, implica un compromiso y una dedicación absolutos, ya que si falta esa entrega, puede causarle un daño irreparable al otro. Ante todo somos formadores de personas”, opina Estela.
La dimensión afectiva
También reivindica un valor algo desgastado en la cultura actual: “Otro ingrediente indispensable que me inculcó mi madre es el amor. Y cuando hablo de amor, estoy hablando de la entrega, de darse al otro. No puedo evitar sentir este tema como una preocupación. En este momento crucial de la formación de un ser humano, muchos padres y docentes han empezado a dejar de lado la dimensión afectiva. Antes, estos adultos significativos eran los encargados del proceso primario de socialización. Hoy hay nuevos agentes de formación cultural, entre ellos la televisión. Y su influencia es tan grande que muchos niños hablan en ‘neutro’ porque pasan más horas en compañía de la TV que de un ser humano”.
Responsabilidad compartida
Quiroga entiende que la escuela no es el único lugar donde se educa, ya que educar es una responsabilidad colectiva en la que deberían intervenir, en distintos niveles de compromiso, todos. Tan en serio se tomó su rol existencial, mimetizada con su madre-docente, que así se lo transmitió a sus tres hijas (de 36, 29 y 28 años), que a pesar de sus recorridos bifurcados, se cruzan en un punto con la docencia. “La mayor empezó a estudiar para docente. La del medio decidió hacer lo mismo y cuando le pregunté por qué, me respondió que yo venía siempre muy contenta del trabajo. Desde luego, me dio muchas otras interesantes razones, pero ésa me llamó la atención. La menor se dedica a la música, pero también da clases de canto”.
A pesar del paso de los años en su función, Estela conserva el entusiasmo de la primera vez: “Aún hoy la noche anterior a comenzar un ciclo lectivo me cuesta conciliar el sueño. Pienso cómo serán mis alumnos, qué les voy a decir. Me emociona mucho formar docentes, porque aunque esto parezca presuntuoso, de algún modo, uno les deja una huella. Cuando una persona decide ser docente es porque hubo alguien, una figura muy fuerte, que te fue indicando el camino y, desde luego, no siempre es tu madre. Lo habitual es que sea un docente, ese docente que a vos se te hace carne, ese docente que para vos es un modelo y entonces querés ser así”.
Pasión por los libros
“Hay gestos, miradas, palabras que son fundamentales, que nos van definiendo, que nos transforman. Muchas veces de grande me pregunté si algunas de las acciones de mamá eran estrategias o simplemente intuiciones. Lo cierto que se las ingenió muy bien para convertir a mi hermano y a mí en avezados lectores. Cada noche encendía la chimenea y nos leía. Y en la parte más interesante interrumpía la lectura y nos mandaba a dormir. A la mañana siguiente, Carlos y yo (que teníamos cuatro y seis años respectivamente) nos apropiábamos del libro e intentábamos descifrarlo. Así aprendimos a leer”, cuenta Estela. Así nació su otra pasión: la literatura, que el año pasado tuvo un reconocimiento público cuando EUDEBA publicó un trabajo que había escrito para un concurso organizado por la Casa de Ana Frank en la Argentina.
“Me recibí de Licenciada en Letras en diciembre de 1975 así que tuve unos profesores increíbles. Llegué a hacer unos seminarios de literatura argentina con el propio Borges. Después llegaron años duros, oscuridad, mordaza, libros prohibidos, cuentos infantiles prohibidos como ‘Un elefante ocupa mucho espacio’ de Elsa Bornermann o ‘La torre de cubos’ de Laura Devetach. Entonces, con mucha ingenuidad, forrábamos los libros con papel azul araña para que nadie se diese cuenta de que nosotros trabajábamos desde la resistencia y continuábamos leyendo lo que no se podía…”
Aprender y emprender
Melancólica, confiesa: “No sé si mis padres, especialmente mi madre, tuvieron idea del maravilloso don que me entregaron al enseñarme a caminar por el mágico mundo de la literatura. Ese universo me permitió jugar y trabajar con las palabras, modelarlas, darles brillo y por qué no, sustancia, peso”.
Hoy esta pasión literaria se entrelaza con su función docente y en su trabajo cotidiano se propone transmitir ese entusiasmo a los estudiantes. “La tarea de enseñar no es algo mecánico que tiene que ver únicamente con los contenidos. Como formadora docente en prácticas del lenguaje y la literat|ura considero que lo importante es formar lectores, convertir a los niños y jóvenes en lectores críticos, que aprendan a pensar, a discriminar entre un buen material y otro que no lo es y también es fundamental el manejo de la oralidad y de la escritura. Esta no es una tarea sencilla y debe ser continua. Leer y escribir son procesos complejos. La alfabetización se inicia antes de ingresar a la escuela y continúa por el resto de nuestras vidas. No solamente hay que enseñar a aprender y a pensar sino aprender a hacer y a emprender. Es nuestra obligación formar sujetos emprendedores”. Nada menos.